domingo, 20 de diciembre de 2009

Independence Day

Cuando un hombre se independiza, debe pasar por diferentes estadios que confirmen su merecida madurez. Debemos ser capaces de completar ciertas pruebas que meses atrás nos parecían sólo al alcance de unos pocos, especialmente nuestro padre y nuestra madre.

En función de la versatilidad de cada uno, las sucesivas pruebas se atragantarán más o menos. Algunas nos parecerán fáciles como lo sería ganarle una partida de dardos a Ana Gallegos (pronúnciese Gashegos) o una ardua tarea como la de ganarle al mus a Paco Sánchez (TBPE). Estas dos, lógicamente, no son dos de esas necesarias habilidades, son sólo analogías sobre la dificultad.

El avezado lector habrá deducido con rapidez a qué me estoy refiriendo. Son aquellas cosas que, una vez hechas, sentimos que hay un antes y un después en nuestras vidas. Que somos un poco más hombres, más maduros.

Quien esté ansioso por encontrar ejemplos, no tendrá que esperar más. Algunas de estas afrentas son: comprar una bombona de butano, llevar el coche a cambiar el aceite, contratar el agua y la luz de la casa, cagarte en la puta madre de la pobre becaria que escucha cuán indignado estás porque el banco que le pagará seiscientos euros durante tres meses te ha cobrado a ti una comisión de tres euros por unas tarjetas, a todas luces injusta al estar nominado mensualmente.

Algunos estaréis pensando "¿qué dificultad tiene comprar una bombona de butano?". Y en realidad no la tiene. Pero es una de esas cosas que, al menos a mí, me generaba incertidumbre la primera vez que la hice. Son cosas que ya nadie puede hacer por ti. Durante los primeros veintitantos años de tu vida (o más en algunos casos) ha habido personas que se han encargado de trazarte una línea recta en la que se incluía estudiar, poner la mesa, hacer el café y bajar (o salir) a comprar el pan. Siempre con precisas instrucciones y sin improvisar.

Tras esta dilatada introducción, me gustaría poner la guinda a la gama de actuaciones que nos llevan a la cúspide del macho ibérico. Hay algo que nos hace hombres de verdad. Hay algo que, una vez hecho por primera vez, ya podemos dedicarnos a vivir de nuestros éxitos, descansar, dejarnos barriga, bromear en el bar encadenando cañas de cerveza y derrochar dinero en todo lo que se ponga por delante. Me estoy refiriendo a colocar las cadenas en las ruedas del coche. Si hubo alguna aptitud que me generara admiración, fue la de vestir un neumático con unas cadenas de hierro.

Como en cualquier otro aspecto, ha quedado demostrado una vez más que tengo junto a mí un todoterreno del cual sólo existe un ejemplar en todo el mundo. Y no es de fabricación coreana ni japonesa. Es alhameña. Y se llama Gema.

Impresionante, teníais que haberla visto. Con las condiciones meteorológicas más inclementes (o sea, con 18º centígrados, en superficie plana, en el garaje de casa), ha sido capaz de poner unas cadenas por primera vez en su vida en menos de medio minuto. En cambio, vuestro bloguero favorito, instalado en la cumbre intelectual, ha tardado una barbaridad, que habría sido más si no hubiera aparecido de vez en cuando una mano salvadora diciendo "esto lo estás poniendo mal, coge de aquí primero...", etc, etc.

En fin, toda una experiencia. Yo creo que ya podemos irnos un poco más tranquilos a escalar la Gañidoira.

6 comentarios:

Agustín dijo...

Tendrías que haber hecho como yo. Tenía unas de hierro y intenté ponerlas. Después de dos horas me fui al Carrefour y me compré unas de esas de tela. Hasta tú sabrías ponerlas.

Agustín dijo...

Perdón, quería decir "e" intenté ponerlas.

paco dijo...

Agustín, nunca ha dicho que no fueran de esas de tela :)

paco dijo...

Bueno, que conste que no es por quitar mérito a Gema, por supuesto :)

Agustín dijo...

Sí, sí que dice que son de hierro. Vamos, es que si son de tela es para matarlo, porque eso es más o menos como ponerse un calcetín.

Juan Ant. dijo...

Moskis, esto empieza a parecer un blog de verdad: llego a casa y me encuentro cinco comentarios. :-)

Las cadenas eran de hierro, sí. No compré las de tela porque dicen que se rompen enseguida, sólo con tocar el asfalto. Y mola que duren las cosas, aunque la necesidad desaparezca durante tanto tiempo que me caduquen las cadenas de hierro. Como el bote de mayonesa que me he encontrado en un armario, caducado dos años.