domingo, 27 de abril de 2008

Los jóvenes castores salen a la montaña

Desobedeciendo mi regla no escrita de desacreditar cuantas actividades no domino con soltura, o al menos, me defiendo sin rozar el ridículo, voy a ser fiel a la realidad que me transmite el deporte que practicamos ayer. Un deporte llamado orientación, desconocido por muchos, venerado por unos pocos. Uno de esos deportes cuya práctica continuada roza los límites del vicio y la adicción. Ni que decir tiene que yo aún no he llegado a tanto, pero puedo hacerme una idea.

Quizá fue la perfección de la organización, el precioso día soleado que salió, la buena predisposición de pasarlo bien, respetando y asumiendo las reglas del juego como si del Padre Nuestro se tratase, o la mezcla de todo lo anterior lo que provocó que el día fuera sencillamente perfecto.

Un punto a favor también fue el hecho de comprobar, de primera mano, que somos capaces de reunirnos para pasar unas horas juntos sin acabar haciendo eses. Aunque quizá tratándose de una actividad de orientación no está muy claro esto último.

La mañana comenzaba tempranito. La idea era juntarnos con Agustín en Calasparra en torno a las nueve de la mañana, en un punto que él había señalizado convenientemente colocando un prisma colgado de una señal de tráfico. Antes, en Murcia, nos habíamos juntado todos para hacer de la comitiva una unidad indivisible: si se perdía uno, nos perdíamos todos. Así, cuando nos hubimos juntado cinco en Juan veintitrés, salimos a por Pablo que nos esperaba en su casa, y de ahí a por Damián, Paco Sánchez, Jorge y Antonio de los Jamones que nos esperaban en una gasolinera. Desde ahí, todos juntos hacia Calasparra. Hubo un poco de retraso sobre el horario previsto ya que cuando Juanfran estaba a punto de llegar para completar el grupo de los juanveintitreseros, los chiquillos se metieron al Opencor a saquear: klínex, donuts, botellas de agua, todo lo que pillaron. En la gasolinera, reparto de coches y carretera, teniendo que lamentar dos bajas de última hora: Paco Sánchez, que no se vino porque finalmente no le apeteció, y Antonio de los Jamones por un inesperado percance con su coche. Afortunadamente, él está bien.

Al llegar allí, nos dirigimos, ya con Agustín, el profesor, y Alfonso (que había acudido directo desde Caravaca), al punto de partida del curso de orientación. Para llegar, recorrimos un camino de tierra en el que el coche de delante levantaba tanta tierra que la visibilidad era comparable a la de una neblinosa mañana alpina.

Comienzo del curso. Entrega de brújula y mapa por persona. El primer vistazo al mapa ya generó expectación: yo no sabía que esto tenía tantas cosas en qué fijarse. En el mapa vienen hasta las piedras del camino. Así pasa, que si Pablete se dedica a darle patás a las piedras que se va encontrando nos putea a los demás, ya que tienes el mapa en la mano y vas viendo puntitos negros moviéndose. Los árboles, dibujados como puntos verdes, están pensados para despistar a los novatos, ya que de cada cincuenta árboles te ponen uno, que se supone que es el más significativo, pero no necesariamente es más grande, ni más bonito, longevo o caducifolio que los de su entorno. Los colores de fondo te sirven para distinguir una zona por la que andarías como si estuvieras en Central Park de la que te hará salir con rasguños en los brazos, picotazos de mosquitos en las piernas, piedras en las zapatillas y la lengua como un gatete. Y muchos más detalles: si ves una x puede ser una chimenea, una barbacoa, un puesto de caza, o algunas otras cosas. Si intento describirlo todo aquí, no acabo. Eso se merecería un post entero. O mejor dicho, un blog entero. El caso es que el profesor nos entregó el mapa y un folio con la leyenda para introducir dentro de uno de esos plásticos transparentes tamaño folio, para proteger el papel. Nos dijo que no debíamos romper todo el plástico, sino introducir los papeles por una esquinita, para que así el mapa no se saliera y/o rompiera. Ni que decir tiene que Jorge rompió el plástico de inmediato.

Tras un buen rato de explicaciones, que escuchamos todos con suma atención y con escasez de chistes fáciles (el tema era interesante), empezamos el recorrido. La prueba consistía en ir encontrando prismas, que Agustín había dispuesto en puntos estratégicos del monte. ¡Y los había colocado esa misma mañana! ¡Menudo madrugón! Mientras nosotros nos despertábamos e iniciábamos el viaje, él estaba preparando el terreno para que todo saliera perfecto. Y sí salió, sí.

En siguientes artículos hablaremos del recorrido, de los grupos, y de mi facilidad para escalar montañas. Incluso me llegaron a comparar con el gran Juanito Oiarzábal.

Síyu sun.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que salió todo bastante bien gracias a los alumnos; he organizado ya varios cursos y siempre en el grupo que me ha tocado ha habido uno o dos que iban quejándose, sin poner atención y que acababan jodiendolo todo.
En vuestro caso eso no pasó, estuvísteis todos muy atentos y con mucho interés, así que tengo que felicitaros y deciros que me alegro de que os gustara.
Supongo que ahora entendeis un poco el pique que tengo con la orientación, que realmente engancha bastante.
Por cierto, que al final me quedé con los 20€ que sobraron de la comida. Creo que los voy a guardar para comprar la copa que entregaremos en la próxima orientación, que será ya en plan competitivo e individual.

Unknown dijo...

No se cuando será, ni cómo será, ni donde será, pero estaré puntual en la salida ... y espero que también en la meta.

Anónimo dijo...

¿Qué pasa con esa crónica? ¿Es que no vas a contar cuando te quedaste atrapado porque no podías saltar una rambla de unos 20 cm de anchura? Mira que si lo cuento yo va a ser peor...

Anónimo dijo...

A ver si tardas menos de tres meses en contarnos la orientación, como con lo de sevilla.