miércoles, 26 de diciembre de 2007

Casa Puga

Yo esperaba encontrar, trabajando de camarero en el Casa Puga, a un nuevo integrante de la selección española de baloncesto de Los Angeles 84. Si ya tenemos a Arcega (Togo) y a Corbalán (Granada), ¿por qué no íbamos a encontrar a Romay, Margall o Beirán? Pues no. Allí había un camarero jovencete de apariencia antipática y abstraída pero de actitud diligente en extremo. Vamos, que parecía que estaba empanao y no te hacía caso, pero le pedías algo y al rato te lo traía. Así, fuimos degustando tapa tras tapa, ración tras ración, arroba de cerveza tras arroba de cerveza. El Yánguel, como siempre, de dos en dos. Y con conversaciones todavía coherentes. Cuando llevábamos un ratito en el bar aparecieron por allí los del coche resacoso: Damián, Paco Sánchez y Nico, el fotógrafo. Este sujeto ejercía su improvisado oficio con un aparato de dimensiones y características profesionales: un pedazo de camarón. Como el que venía a tu casamiento a romperse la camisa, la camisita que tenía.

Con el buche lleno y el cuerpo cansado de la posición, unos cuantos cambiaron de bar. Se fueron a una especie de marisquería que había bastante cerca de allí, en la misma calle. Con el paso del tiempo he olvidado detalles tales como los integrantes de aquella avanzadilla o si cuando se fueron dijeron a tomar por culo o a tomar por saco.

Minutos después, pasé al aseo por trigésimo sexta vez y cuando salí ya había llegado Nachete. Se sorprendió cuando vio que faltaba la mitad del personal, pero enseguida le explicamos la división y su fundamento. Pagamos lo que se debía y nos fuimos a conseguir, de una vez por todas, la reunión definitiva del rebaño. Eran casi las cinco de la tarde cuando conseguimos estar toda la expedición junta dentro del mismo bar. Y Nachete sin comer. Negocié con el camarero para que le hiciera un bocadillo. Me dijo que tenía poca cosa y yo le convencí de que lo mejor para él y su familia era hacer un bocadillo para chuparse los dedos. Un poco asustado por mi actitud admonitoria, abrió el pan con tal velocidad y energía que se cortó en la mano y soltó el pan por los aires, cagándose en la Virgen del Camino Seco. El pan cayó al suelo, rodeado de unas gotitas de sangre que caían de la mano del histérico camarero. En realidad, mi imaginación se ha apoderado de mi rol periodístico, convirtiendo las últimas líneas en pura ficción. Nada es cierto desde y yo le convencí. Pero, ¿a que habría estado bien? La verdad es que llenó un bocadillo con todo lo que tenía y Nachete se quedó tan contento.

Mientras tanto, Pablete me preguntaba por primera vez que si no me mareaba la cerveza, porque sus ojos estaban empezando a hacerle chiribitas y la vertical se le empezaba a transformar en diagonal. Vamos, que se tambaleaba.

Al cabo de un rato, el momento Togo daba paso al momento Kennedy. Le pregunté al camarero de la marisquería que dónde podíamos ir después, algún sitio para tomar un café y/o una copichuela. Éste me llevó a la calle a darme precisas indicaciones para llegar a lo que en principio entendí como El Volley Balón. Pensé que era bastante original el nombre y supuse que debía estar lleno de jugadoras de voleibol. Así que no lo pensé y dirigí nuestros pasos hacia allí.

En próximas entregas hablaremos del nombre real del Volley Balón, de lo simpático de sus camareras y de lo poco que tardamos en irnos de allí. Y, sí, espero que las próximas entregas no se hagan tanto de rogar como la presente.

¡Hasta pronto!

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