miércoles, 23 de enero de 2008

Almería is over

Para poder dar paso a las aventuras y vicisitudes que nos ocurrirán este viernes, tenemos que dar ya, de una vez por todas, carpetazo al viaje a Almería. Sólo queda la parte final, que fue la juerga nocturna, de la cual yo me perdí un rato. ¿Sólo un rato? ¿Pero no dije que me había ido a dormir?

Pues sí. Me había ido a dormir. Pero como para todo hay una vez en la vida, quería ver si era posible estar media hora acostao después de un día entero de borrachera y luego levantarme para reincorporarme a la fiesta. Y vaya si lo fui. Reaparecí como un toro embravecido. No sé si fue por el ratito que descansé o por la cálida bienvenida que recibí (y que nunca olvidaré), pero el caso es que acabé acostándome el último, paralelamente con Paco Sánchez (cada uno en su cama y todo eso que hay que matizar en estos casos en los que una frase deja una mínima puerta abierta a una interpretación de algo gay).

(En este momento suena en mis altavoces No Más Lágrimas, del concierto de Zaragoza del 10 de octubre: los pelos como escarpias).

De camino a la zona de garitos descubrí lo cerca que están las cosas cuando están cerca: yo más o menos sabía ir al sitio desde el que me hablaba Paco Sánchez, que se había salido a la calle para intentar explicarme dónde tenía que ir para consumar el reencuentro. No parecía difícil, porque yo la zona la tenía clara y el garito era bastante conocido, así que preguntar a algún lugareño me llevaría en volandas hasta allí. En ese momento me di cuenta de cuán importante es seleccionar la ruta más corta: cuando ya estaba yo pensando "vale, al final de esta avenida, a la izquierda, y luego todo recto y luego a la izquierda, y cuando esté por ahí ya pregunto. No falta mucho, en diez minutos estoy allí", se me ocurrió preguntar a unas gachises que me crucé, que dónde estaba el garito (lo siento, he olvidado el nombre; el nombre del garito quiero decir, la tía se llamaba Rosa). Y la almeriense de pura cepa me dice "métete por esta calle, después la primera a la izquierda, a continuación la primera a la derecha, y lo vas a ver enseguida". Moskis. Me rompió los esquemas, pero prefería fiarme de una persona de la zona con las ideas claras más que de mi instinto orientador, que a veces me lleva a perderme hasta dentro del ascensor. Así, seguí la ruta indicada, y en cuestión de treinta segundos estaba en la puerta del garito. Imaginaos si llegué antes de lo previsto, que tuve yo que esperar a Paco Sánchez a que volviera del sitio al que había ido a esperarme. En fin, repitiendo la moraleja: cuando las cosas están cerca, es porque están cerca.

A partir de ahí, pues una noche de juerga de las habituales. Como siempre, nos lo pasamos de maravilla, con el aliciente añadido de la presencia de Nachete (nunca olvidaremos el viaje que te pegaste) y el estar en un sitio extraño. Y entiéndase extraño como entorno alejado de nuestro particular día a día, nunca como lugar raro o singular.

Hubo varios momentos especiales en la noche, como el bar en el que estuvimos y nos pusieron Flor Venenosa. Creo que nunca la había oído yendo de fiesta, no es de las más habituales en los garitos. Pero ahí estábamos, Paco y yo cantándola a grito pelao.

Sin lugar a dudas, uno de los momentos más estelares fue el desorbitado descojono de Agustín cuando nos lo encontramos solo, apoyado en un coche, al salir nosotros de un garito para reencontrarnos con él y con el resto del grupo a eso de las cuatro o las cinco de la mañana. Pensábamos que estaban todos, y ahí estaba él solo, riéndose de par en par. Le preguntábamos que de qué se reía, y no era capaz de contestar. Al final, entre risas (teníais que haberlo visto, parecía que estaba llorando), nos contó que estaba ahí tan tranquilo en el coche y se giró para decirle una cosa a Pacoga y observó que éste había salido corriendo. Pero no al trote, ni haciendo futin, sino esprintando, como si le persiguiera un doberman. Me imagino la escena y cómo se tuvo que quedar Agustín. La explicación de lo ocurrido es sencilla: el resto del grupo se acababa de ir y Pacoga tuvo que salir corriendo para alcanzarlos y así irse con ellos al hotel.

Otro de los momentos anecdóticos fue que Paco Sánchez se dejó olvidada su chaqueta en un garito. En ese momento íbamos él y yo solos hacia el siguiente y Paco me dijo "ostras, me he dejado la chaqueta, ¿me acompañas a buscarla?", y yo le pregunté "¿pero tú sabes volver?". Negativo. Yo tampoco. Y lo más gracioso es que habíamos salido de ese garito hacía unos treinta segundos, así que tampoco podíamos estar muy lejos. Así, como aunque no supiéramos volver a nuestro origen sí sabíamos llegar a nuestro destino, nos valimos del factor Nacho: "Nachete, ¿tú sabes volver al garito del que venimos ahora mismo?". Nachete nos miró perplejo, sin saber si era una broma: "¡Pues claro!". "Pues acompáñanos, que Paco se ha dejado la chaqueta". Y volvimos los tres, con Nacho medio metro por delante, riéndose de nosotros e incrédulo por tener que llevarnos. La chaqueta estaba allí, de manera que Paco volvió a su casa con la misma ropa que se llevó.

Después de recorrer varios garitos e ir perdiendo cuerpos, quedamos Damián, Nacho, Paco Sánchez y yo. Hasta que nos fuimos a comer algo. Había unos puestos en la calle, de esos ambulantes, que hay que ver qué bien pensados estaban. Tenían de todo. Paco y yo nos pusimos en cola para una hamburguesa pero tardaron tanto en atendernos, que Damián y Nacho se fueron, aburridos de esperar. Y ahí nos quedamos nosotros. La espera fue de casi media hora pero valió la pena. ¡La hamburguesa definitiva! Grande, con muchas cosas dentro. ¡Incluso un huevo frito!. Impresionante. Nos la comimos de camino al hotel, disfrutando como gorrinos y planteándonos, a cada paso que dábamos, si volvíamos a por otra.

Para volver al hotel, creo que pasamos por tres o cuatro provincias. ¡Menuda vuelta dimos! Al llegar a la avenida aquella principal, Paco se tuvo que sentar en tres o cuatro bancos porque le dolían los pies de tanto andar, como a las tías cuando van de boda y les rozan los zapatos. ¿Conocéis a alguna tía a la que no le rocen los zapatos cuando va de boda?

Al día siguiente, la gente se fue yendo. Agustín y yo nos quedamos a acompañar a Nacho hasta la hora de partida de su tren. Comimos con él en un Pizza Hut restaurante (sentados en mesa, pidiendo de la carta y todo), llevamos a Nacho a la estación y nos volvimos para Murcia.

Por el camino, no sé cómo coño llegamos a la conclusión de que lo mejor era irse a Suecia a trabajar. Supongo que sería la resaca.

Con esto damos por terminado el viaje a Almería. A partir de aquí, cosas nuevas...

¡Nos vemos!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Plas, plas, plas... (onomatopeya de las palmas). Buenísimo.

Juan Ant. dijo...

Gracias. :)

paco dijo...

Mu bien Juan Antonio. Pensabamos que nunca iba a acabar el viaje a Almería. El mejor artículo sobre éste que has escrito, para mi gusto. Tengo que hacer un inciso para mi defensa... es verdad que tenía los pies destrozados... pero esque aún seguía renqueante del Camino.