lunes, 22 de octubre de 2007

Cañejas y siestecica

La Alameda de Hércules es una piojera: pertenece a ese 0,4% de calles españolas en la que los números van de uno en uno, desmarcándose de la regla no escrita de "los pares a un lado, los impares al otro". En esta avenida o paseo, puedes hacer el ridículo ante 500 personas sin despeinarte: "mira, mira, ya vuelven otra vez los dos tontacos aquellos; esta vez van por la otra acera...", "anda que no van perdíos ni na...". Eso nos pasó a Pacoga y a mí, buscando el hotel. Al final, tras dar más vueltas que un tonto dentro de la misma calle, lo encontramos. Y casi nos pasamos, porque apenas se leía el cartelico.

Una vez dentro del hotel, un rato esperando a que viniera alguien a atendernos. Al final, apareció la recepcionista. Daba el perfil de actriz de telenovela que durante los primeros ciento cincuenta y siete capítulos es feísima, y en el capítulo ciento cincuenta y ocho se deja el pelo suelto y se quita las gafas y se convierte en Catherine Zeta-Jones. Lo que pasa es que como desde el principio ya la intuyes así, pues no cuela lo de hacerse la fea. Todos sabemos que nos engañas, recepcionista. Y también sabemos que eres una asidua lectora de este blog. Te mandamos un saludo.

Tras dejar las cosas en las habitaciones, a comer. Era ya tardecico y teníamos hambre. Al fin y al cabo, sólo habíamos almorzado dos veces (sí, vale, la primera era el desayuno...). Nos clavaron tres mil pesetas (casi 1 Nachete) por un platico de salpicón y una fuente de chipirones a la plancha: buenos sí, caros también. A continuación, fuimos a otro bar en el que los camareros casi se hinchan a palos entre ellos de lo estresaos que estaban. En ese sitio se vivió uno de los momentos más absurdos del fin de semana. Nos sentamos en una mesa, y los de al lado tuvieron esta conversación:

- Este es el tercer concierto que dan en España.
- ¿El tercero? Yo creo que llevan más.
- No no, seguro que es el tercero.
- (se pone a leer la camiseta de su amigo) Guatemala, Buenos Aires, Mexico, Mexico, Mexico... ¡muchos más de tres!
- Ya, pero yo te digo en España. ¡En España llevan sólo tres!
- ¡Y dale con que son tres! Que son muchos más... si te acabo de leer la lista...

En fin, creo que todavía siguen allí con la misma conversación.

Por último, visita a un bar que ya tenía a plancha apagada (las cuatro y media de la tarde) y nos comimos un plato de jamón y queso, recordando a los huevones de Ibi, que se hicieron el camino de Santiago sin sufrir, ni sudar. Con porteadores, como si fueran al Machu Picchu.

No sé si es que estamos viejunos o que la experiencia es un grado, pero estábamos todos de acuerdo en que lo siguiente era la siesta. Previo paso por un café, acompañado de un cubata. Bueno, eso ellos, yo una cañeja más. Lo normal habría sido un pacharán, pero desde que la camarera del Kennedy me los pone sin pedirlos, ya se me ha olvidado cómo se piden.

Dos horicas de siesta, en las que se demostró que si no tuviéramos que ir a trabajar, ni satisfacer necesidades fisiológicas (vamos, mear y cagar), raras veces nos levantaríamos de la cama: subestimamos la temperatura idónea y tuvimos que taparnos hasta el cuello. Ya podía granizar allí dentro, que nosotros no nos levantábamos a parar o subir la temperatura del aire acondicionado. Al final se levantó Pacoga, cuando la escarcha de las cejas empezaba a metérsele en los ojos.

Tras la siesta, duchica y ... ¡AL CONCIERTO! Pero eso será en una próxima entrega.

Nos leemos!

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