lunes, 29 de octubre de 2007

El Yássson y el tabaco más caro del mundo

Inmersos en la organización de la inmimente excursión a la vecina Almería, habíamos dejado un poco de lado la aportación de nuevos contenidos al blog. Os tenía mal acostumbrados y así ha pasado: depresiones, suicidios, insomnios, profunda desazón... pero ya estamos aquí de nuevo, dispuestos a seguir narrando la trepidante historia de cuatro exconvictos que viajaron a Sevilla pensando que Héroes del Silencio era un grupo de flamenco y que en Elche no sobraban los cuartos... Así pues, que se anime el depresivo, resucite el suicidado, que se duerma el insomne y alegre el desazonado.

El primer cubata de la noche siempre es síntoma de felicidad: la noche por delante, la vista todavía no está turbia, las piernas se mantienen rectas, no hay tambaleos, se entiende uno a sí mismo cuando habla... un sinfín de bienestares. Así nos sentíamos nosotros en aquel garito que os nombré en mi relato anterior. Imaginábamos que, en una ciudad como Sevilla, aquel pub era el preludio de una retahíla de lugares por recorrer, cada uno más emocionante, con mejor música, mayor cantidad y calidad de sevillanas (y malagueñas y cordobesas) y cubatas más caros que el anterior. Nada más lejos de la realidad.

Como todas nuestras investigaciones realizadas en los días precedentes se habían limitado a buscar la forma de convencer a Paco Sánchez para que condujera el Audi (estimábamos que el resto de los componentes de la expedición estaríamos en la fase alta de una resaca profunda, tras la pre-despedida de Agustín), no teníamos ni idea de dónde estaban los garitos en aquella macrociudad. Tampoco disponíamos de la lista de bares que, con la dedicación y el cariño de quien construye una pajarera o una leja en el cuarto de aseo para el vasito del cepillo de dientes, había confeccionado nuestra querida Juani. Así pues, sólo nos quedaba preguntar. Dentro de aquel pub, se nos ocurrió preguntar al chaval que estaba en la puerta. Un chaval cuya única misión parecía ser reemplazar el preciado vaso de cristal que intentaba ser sustraído (de forma clandestina o evidente) por los que salían por un barreño de plástico. De guía turístico, tenía poquito. De acento andaluz, todavía menos. Me dijo que él no tenía ni idea, pero que seguramente estos chavales te podrán aconsejar. Estos chavales eran tres sevillanetes de entre 15 y 16 años, abanderados por un bajito porrerete con ligero vello incipiente por cada poro de su cara. Ni tenia barba, ni perilla, ni bigote, ni todo lo contrario. Una cosa rara. El peinado, indescriptible. Este muchacho fue el primero de unos cinco o diez individuos que me dijeron las mismas palabras a lo largo de la noche: "tenéis este sitio, el Jackson que está aquí detrás y el fan-clú que está saliendo a la Alameda". Bien. No sonaba mal para empezar. Podíamos tomarnos un par en el Jackson (pronúnciese Yássson), otro par en el fan-clú y después ya buscaríamos algo así como el Código o el Teatro Circo. Pues bien: para entrar al Jackson, una cola de diez metros. Mal augurio ya que si bien es cierto que al final llegas a situarte el primero en la cola e incluso a salir de ella por la parte de alante, lo que te encuentras no es precisamente comodidad. Pasando de colas. Una magnifica deducción me llevó a pensar que lo mejor sería volver luego y así esperar a que se vacíe un poco. ¿Desde cuándo los pubs se vacían a medida que avanza la noche? ¿No es al revés? En cualquier caso, optamos por el plan-C y buscamos el fan-clú. No lo encontramos. Vuelta al plan-A: de nuevo al garito que nos vio nacer.

Nos vio entrar el mozo de la puerta con cara de "ya están estos otra vez aquí...". Viaje a la barra y gran descubrimiento a continuación: cuando volvíamos cargaos con las manos llenas de vasos observamos que Agustín y Paco Sánchez habían desalojado a unos jovenzuelos, a saber con qué pretexto, y ocupado su sitio, en un rincón a salvo de cualquier maleante no ilicitano, con el culete sentao y mesa para dejar los apechuesques. ¿Qué más se podía pedir? Dejar pasar el tiempo allí era como un paseito en barca. Excursiones por parejas para renovar las consumiciones hasta perder la cuenta e incluso hasta conseguir que en una de esas romerías a la barra, Paco Sánchez se dignara a levantarse y a ejercer su obligación de ir a pedir. El tío estaba ahí apalancao y no había quién lo moviera. Parecía que los huevos le pesaran cuatro kilos cada uno. Finalmente, con más quejas que aplausos, se levantó y fue. Y en cada viaje, caía un Nachete. Será por cuartos...

Tras un sinfín de conversaciones variadas, incluida la que nos comprometía a buscar un bar en Murcia para jugar al mus periódicamente, se produjo un hecho insólito. Un ser de mediana edad y mediana (tirando a baja) estatura nos enseñaba medio Nachete y nos pedía cambio. El desprendimiento del que veníamos haciendo arrojo durante toda la noche hacía que nuestros bolsillos sonaran poco: entre todos juntábamos setenta céntimos. En la barra tampoco tenían cambio (raro, porque con nuestras propinas ya podian juntar cambio, ya) y nadie en el bar parecía dignarse a juntar los tres euros con diez que necesitaba nuestro nuevo amigo para un paquete de Marlboro. Vímosle apurado y además de enseñarle nuestra calderilla para que viera que no le mentíamos, le ofrecimos tabaco de nuestros paquetes, instándole a pedirnos cada vez que quisiera, sin reparo. Él, que evidenciaba una borrachera galopante, nos hizo una nueva oferta: os cambio el billete de diez euros entero por tres euros con diez céntimos. Lo necesario para la cajetilla de marras. Le insistimos en que no podía ser, no por falta de ganas sino de monedas. Nachetes teníamos, pero monedas no. Contrariado, se marchó, aunque se alejó poco. Deambulaba por allí. Le invitamos a fumar en varias ocasiones, tanto a él como a su compañero de juergas. Llegados a este punto, ya sabíamos que eran de Elche, que habían venido a propósito al concierto y que se habían dejado a las mujeres durmiendo mientras ellos salían de jarana. ¡Vaya pájaros! Un rato después, la felicidad desbordó el local: consiguió cambio. Una pobre víctima inocente que le entregó tres euros con diez al ilicitano y recibió ¡UN BILLETE DE DIEZ EUROS! ¡MEDIO NACHETE! Vivir para ver. Desbordando alegría (y borrachera) por los cuatro costados, el caballerete nos invitó a fumar sin parar, ofreciendo los cigarros de dos en dos. Bueno, a Pacoga, como él no fuma, le ofrecía de tres en tres. Él ya no sabía cómo decirle que no fumaba. Para ese momento, estaban ya sentados con nosotros, totalmente integrados y cantando canciones de los Héroes o de cualquier otro origen... al afortunado caballero que ganó más de mil pesetas sólo por llevar tres euros sueltos, no le llegamos a conocer. Seguro que se fue al bingo.

En las próximas entregas hablaremos de la decadencia de la velada y del viaje de vuelta, con el momento estelar de la colocación del asiento. El Audi tiene muchos caballos, sí, pero el asiento es una piojera...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me tienes aquí todo el día, mirando cada par de horas el blog a ver si has publicado algo nuevo, y nada.
Hombre, ten en cuenta que ahora te debes a tus lectores, si es necesario no vayas a trabajar, no cumplas con la novia, no comas, no cagues, pero tienes que escribir todos los días, al menos hasta que termines de una vez con el puñetero viaje a Sevilla, que a este paso se te va a juntar con el de Almería.

Anónimo dijo...

Que era broma, ¿eh?
Recréate lo que quieras, que te está quedando de puta madre

Juan Ant. dijo...

Bueno, en realidad hoy no he añadido nada porque, como no había comentarios, pensaba que no lo leía nadie... pero bueno, ya veo que sí. A ver si mañana continuamos la aventura. :)

Anónimo dijo...

Si si, a ver que has estado haciendo el fin de semana en lugar de atender a tus lectores.
Bueno yo no he podido leerlo, pero el opositor tiene que cubrir una serie de necesidades para distraer su mente de la ardua tarea de estudiar...